miércoles, 8 de junio de 2016

QUIEN A HONRA MATA, A HONRA MUERE EN "LA VENGANZA DE UNA MUJER"



https://www.youtube.com/watch?v=6g6Dr3AqPnA

            Que sí, que ya lo sé, que la historia de Dante y Beatrice es sublime, pero, ¿qué quieren que les diga? Este menda lerenda prefiere la de Paolo y Francesca. No sé, me parece más creíble. Se narra en el Canto V del Infierno de la Divina Comedia, así como en el segundo verso del Canto VI, y recordamos todos de qué va, ¿verdad? Bueno, en esencia, Francesca de Rímini se casó con Gianciotto Malatesta, un personaje contrahecho físicamente, pero se enamoró del bello Paolo, hermano de Gianciotto, con quien mantuvo un apasionado romance hasta que Gianciotto los asesinó. Eros y Tánatos, una vez más, que han sido plasmado en infinitud de ocasiones tras la colosal creación del poeta florentino y muy significativamente en La barca de Dante, de Delacroix, y El beso, de Rodin.

          La poesía española también se hizo eco de ese episodio en Rubén Darío y Gustavo Adolfo Bécquer, por citar sólo dos ejemplos. Y si procedemos en orden cronológico inverso, es decir, empezando por Darío, ya en Azul se menciona a Paolo y Francesca:

                El Invierno es galeoto,
            porque en las noches frías
            Páolo besa a Francesca
            en la boca encendida,
            mientras su sangre como fuego corre
            y el corazón ardiente palpita.

        Donde el adjetivo "galeoto" se refiere al libro que leía Francesca cuando fue besada por Paolo:

Leíamos un día por recreo
            del gentil Lanzarote la aventura,
            solos, mas sin afán de devaneo.
Varias veces quedó, con la lectura,
            blanco el rostro y prendida la mirada;
            mas fue un punto el que indujo la locura.
al leer que la risa de la amada
            se quebró con el beso del amante,
            éste, que nunca se me aparta en nada,
la boca me besó todo temblante.
            Galeoto fue el libro y quien lo escribiera:
            ya la lectura no siguió adelante.
                                      (Infierno, V, vv. 127-138)

         Por lo que nos hallamos ante una ficción con diversos planos, pues Galeoto actúo de tercero en los amores de Lanzarote con la reina Ginebra; en el caso del episodio de Dante, no es el personaje, sino el libro el que cumple idéntica función; mientras que en el poema del nicaragüense, es el invierno quien facilita el encuentro de los amantes.

            Una ficción en diversos planos que ha de trasladarnos a las pre-rubendarianas Rimas, de Bécquer, y en concreto la XXIX, que cita en italiano el verso 136 del Canto V del Infierno, de Dante: La boca mi bació tutto tremante[1] . Comienza luego así el poema de Bécquer:

                      Sobre la falda tenía
                                   el libro abierto;
                        en mi mejilla tocaban
                                   sus rizos negros;
                        no veíamos las letras
                                   ninguno, creo;
                        mas guardábamos entrambos
                                   hondo silencio.[2]

            Lo que demuestra el eco de Dante en el depurado romanticismo del poeta sevillano, pero quizá nos interese más la proyección de la literatura en la vida, según ha reflexionado Andrés Soria: «Bécquer repite la escena. Muy juntos, el poeta y una mujer de rizos negros leen el episodio de Paolo y Francesca y vuelve a ser Galeoto el mismo libro que contiene el episodio de Galeoto... Estamos en presencia de la serie infinita, la multiplicación sin fin de la literatura: un espejo de espejos que fascinaría a Jorge Luis Borges, tan amante de todo juego literario, de toda dimensión de más sobre la letra de los libros y que puede reducirse a un objeto eternamente transmitido -el libro- con un resultado también eternamente provocado -el beso- al tiempo que los amantes cambian: primero, Paolo y Francesca, y ahora el poeta y esta mujer, postulándose ya otro futuro par de enamorados que leyesen juntos la rima becqueriana»[3]. El libro se convierte así en el plano especular sobre el que se besan eternamente los amantes de infinitas generaciones:

                      Sólo sé que nos volvimos
                                   los dos a un tiempo,
                        y nuestros ojos se hallaron,
                                   y sonó el beso.[4]

            Por ello, Soria continúa así su argumentación: «En esta Rima, Bécquer asume la doble personalidad que le depara el texto previo de la literatura, encarnando a un personaje literario (Paolo), cuyo papel asume, y a un poeta»[5]. Porque Bécquer recoge el testigo de los amores de Francesca y Paolo y lo transmite a quienes le lean en el futuro: «La letra de los libros -éste es el corolario que se desprende de la poesía becqueriana, como antes de la dantesca- puede engendrar pasiones vivas entre seres de carne y hueso, con una virtualidad que se renueva a través de las edades.»[6].


         
            En todo caso, los enfoques tanto de Rubén Darío como de Bécquer se mueven el plano de un amor vaporoso, evanescente, que es lo que nos muestra La venganza de una mujer (2012), de Rita Azevedo Gomes, que ha tardado cuatro años en llegar a las pantallas españolas, puesto que en esta película se plantea el amor absolutamente contemplativo de la duquesa de Arcos de Sierra Leona con Esteban, primo de su esposo, que es uno de los primeros en el escalafón de grandes de España.

        “Todo podíamos y nada queríamos”, cuenta la duquesa a Roberto, un hombre de mundo al que lleva a sus aposentos, y en la película vemos cómo el simple hecho de hilar es uno de los momentos de mayor intensidad emotiva, lo que a mí, insisto, me recuerda el momento de la lectura conjunta entre Francesca y Paolo que poetiza Dante. 

      También como en la obra del genial florentino, el marido mata al amante, pero permite que viva la mujer, lo que es novedoso con respecto a la Divina Comedia. La acción se sitúa en Lisboa en el último cuarto del siglo XIX y es indudable que Barbey d’Aureville (1808-1889), autor del cuento en que se basa libremente el largometraje de Azevedo, quiso darle otro enfoque y apelar a la idea de la libertad de elección de la mujer.


    En cuanto a escenografía, hemos de recurrir a este término de las tablas, por la enorme textura teatral de La venganza de una mujer, algo a lo que más o menos estamos acostumbrados por todas las adaptaciones cinematográficas que se han realizado de los grandes clásicos de la dramaturgia, así como de autores más contemporáneos, entre los que quizá destaque Arthur Miller. Es imposible realizar una enumeración exhaustiva de todas las veces que el cine ha buscado inspiración en el teatro, pero es que en la película que ahora nos ocupa Rita Azevedo ha montado todo un escenario teatral para narrar su historia.

            Es decir, no es que el cine se inspire en el teatro, es que el teatro se apoya en el cine, puesto que lo que vemos en la pantalla es una auténtica representación escénica: el theater, término de la variante americana del inglés que significa ‘sala de cine’ se hace live theater, término de la variante americana del inglés que significa ‘teatro’, donde en un momento dado se ve a la protagonista, Rita Durão, repasando el libreto, o aparece un señor vestido a la actual leyendo fragmentos a modo de acotaciones para mayor verosimilitud teatral.          

        Y todo ello dentro de una puesta en escena preciosista, con gran cuidado del vestuario de época, y el apoyo musical de grandes piezas de lo mejorcito de la música clásica. Todo un goce, pues, para la sensibilidad estética y los sentidos.    


          Eso es, al menos, lo que me ha sugerido La venganza de una mujer: ya se ve que antes del siglo XX los triángulos amorosos se resolvían de otra manera, nada que ver con los thrillers actuales.

¿Que cómo acaba la película? Ah, es verdad que no he contado nada al respecto, pero ahora ya, casi como que no pega. Digamos simplemente, que el marido de la duquesa mata a Esteban para proteger su honra, pero ya se sabe que quien a honra mata, a honra muere.

Fco. Javier Rodríguez Barranco


     [1] 'La boca me besó todo temblante'.
     [2] G. A. Bécquer, Rimas, Madrid, Cátedra, 1992, p. 67.
     [3] A. Soria, "La vida de la letra" (Bécquer y Dante)" en Revista de Literatura, Madrid, tomo XXVIII, núms, 55-56 (julio-diciembre de 1965), p. 69.
     [4] G. A. Bécquer, Rimas, op. cit, p. 67.
     [5] A. Soria, "La vida de la letra (Bécquer y Dante)", artículo citado, p. 72.
     [6] Ibidem, p. 72.