domingo, 6 de marzo de 2016

CUANDO LA PALABRA SE HACE AIRE EN "ULTRALIGEROS", DE Mª TERESA MORILLAS




           ¿Qué tienen en común un astronauta jubilado en la Costa del Sol, un camionero en un atasco a las cuatro de la tarde a diez kilómetros de Málaga, o una anciana en su lecho de muerte en Torrox? Podríamos decir que un día de verano junto al Mediterráneo.

           Eso es precisamente lo que ha dibujado Mª Teresa Morillas en su libro Ultraligeros, publicado por la editorial Recrea, justo para celebrar la llegada del solsticio de verano en 2009: perfiles de aire, en terminos de Cernuda, quizá el más cargado de sensibilidad dentro de una generación, la del 27, que iba bastante bien despachadita en cuestiones de creatividad.


            Los siete cuentos que componen Ultraligeros, de Mª Teresa, más un “Prospecto” diseñan las semblanzas interiores de una serie de personajes en determinadas horas de un día de estío, en diferentes contextos, pero todos ellos arropados por esa sensación de la vida que se hace aire en el verano. La tierra que se eleva ingrávida ante nuestros ojos.

            El verano es como una isla en nuestras vidas, al menos en las vidas de las personas que vivimos en latitudes donde se aprecia el cambio de estaciones y eso es lo que nos trae Morillas en su libro: fragmentos de islas, que es uno de los motivos melancólicos por excelencia desde que al hombre le dio por ser artista, repartidos además en siete momentos, siendo así que el siete es el número mágico de Saturno, el señor de la melancolía, la pena negra, en los albores de la civilización occidental, es decir, el clasicismo grecorromano.



 Saturno es Crono en griego, lo que le convierte en el dios del tiempo, que devora a sus hijos, es decir, los mortales que estamos hechos de tiempo, según señaló Borges en "Conversaciones de Jorge L. Borges con Osvaldo Ferrari" aparecidas en 1984 en el periódico Tiempo Argentino: “el tiempo es más real que nosotros —afirmaba el genial escritor argentino—. Ahora, también podría decirse ­y eso lo he dicho muchas veces­ que nuestra sustancia es el tiempo, que estamos hechos de tiempo”.

            Y lo que Mª Teresa acomete en su libro es la descomunal tarea de convertir las acciones en impulso anímico, como las piedras que se diluyen en vapor en el titulado “Playa”, que transcurre en el corazón de la canícula, y muy evidente en el denominado “Soy”, situado a las 11:00 am. donde una mujer que espera que le confirmen un crédito en el banco, fantasea con esta idea cuando es preguntada por su identidad, cito sólo unas pocas frases: “Soy la que tritura piedras con sus pestañas y camina, percusión en los pies, ritmo en la zancada. Avanzo estimulada por tambores imposibles en presencia de mis oídos atentos a lo que lo viento traiga”. 
         

              O el deseo sexual en “Siesta”, que transcurre a 05:00 pm: “es la hora de guardar licenciaturas, diplomas y billetes de metro y ser una mujer que un mediodía de siesta y sopor recoge zarzamoras porque sus pies desnudos la llevan, sus pies la llevan, sus pies…”.


              Palabras como labios, parafraseando a otro de los grandes del 27, Vicente Aleixandre, ideas como versos, relatos como poemas, porque ésta es otra clave de acercamiento a Ultraligeros: disfrutar cada sintagma por el mero hecho de que ese sintagma u otra frase está ahí, sin necesidad de aguardar a una sorpresa final, aunque el final de cada cuento viene arropado con su propia carga de intensidad, pero realmente ¿estropeamos un relato, aunque no voy a decir cuál, si reproduzco íntegramente el final: “Sé que alguna de esas hebras luminosas ha podido llegar hasta tu corazón, infiltrándose amorosamente entre los pliegues del miocardio. Pero sabes, no me la devuelvas. El hilo de la vida es muy frágil y es mi manifiesto deseo que tú las atesores y mantengas a salvo de todo. Incluso de mí misma”.


            Cada imagen, cada oración, cada tenue esguince narrativo está ahí porque ahí tiene que estar, para disfrutar del camino y no del destino, según aconseja un viejo y sabio proverbio oriental. No se trata de conocer el desenlace para comenzar el deleite, valga la paradoja, sino de disfrutar todas y cada una de las sugerencias contenidas en este libro, porque cada situación de las relatadas en él es como una atalaya a la que se sube la autora para mejor ofrecernos lo inasible estético, la levedad de la belleza.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


miércoles, 2 de marzo de 2016

CONTRA TODO PRONÓSTICO EN "SPOTLIGHT"



https://www.youtube.com/watch?v=6rWVESRKo5k

            Contra todo pronóstico, Spotlight (2015), de Thomas McCarthy, ha sido galardonada con el Oscar a la Mejor película en la edición de 2016 en una gala donde Alejandro González Iñárritu ha obtenido el galardón al mejor director por segundo año consecutivo, lo que se une al éxito de Gravity, en la gala de 2014, del también mexicano Alfonso Cuarón (atención, pregunta: ¿Qué candidato a presidente de los Estados Unidos ha manifestado reiteradamente que los mexicanos son unos vagos, unos maleantes y unos inútiles hasta el extremo de querer levantar un muro de separación entre los dos países y pasar la factura a México?), porque uno pensaba que la nominación de Spotlight era algo así como una candidatura de relleno para llegar al cupo mínimo exigido en la ceremonia. Pero, claro, uno pensaba eso antes de ver la película, puesto que, una vez cumplido este requisito básico para opinar, opino que se trata de un filme excelente y un digno merecedor de la estatuilla.


           Contra todo pronóstico, Spotlight toca un tema que prácticamente ha pasado desapercibido durante toda la historia del cine, al menos en Hollywood. Y es curioso que sea precisamente en la católica Italia donde directores como Fellini o Bertolucci hayan sido los principales azotes de la crueldad clerical o las connivencias con los fascismos de la curia vaticana. Pero dentro del mundo anglosajón, que yo recuerde, tenemos Confesiones verdaderas (1981), de Ulu Grosbard, que aborda la cuestión de las relaciones de la Iglesia con la mafia, y Las hermans de la Magdalena (2002), de Peter Mullan, producción irlandesa, y La duda (2004), de John Patrick Shanley, que si bien se inspiran en la realidad, reproducen historias de ficción. En la filmografía latinoamericana, también dentro de las coordenadas de la ficción sobre realidades, tenemos la chilena El club (2015), de Pablo Larraín, que trata de pederastia, tráfico de bebés y apoyo a la dictadura de los sacerdotes. Seguro que hay más, pero muy pocas, en todo caso, y muy recientes.


             Contra todo pronóstico, sin embargo, Spotlight reconstruye hechos reales, como fueron la serie de artículos que The Boston Globe inició el Día de la Epifania de 2002 para denunciar los casos de pederastia cometidos por los sacerdotes bostonianos durante varias décadas. Sin duda por ello, esta película tiene una textura muy documental, donde los actores son caras que no forman parte del mundo del famoseo habitual, puesto que lo que esta cinta pretende es que los posibles protagonismos individuales se disuelvan en la gravedad de los hechos narrados. Stanley Tucci es un actor con el que los espectadores españoles están medianamente familiarizados, pero cuando estamos acostumbrados a verle con una estética de calvo cool, como en comedias ligeras como El diablo viste de Prada (2006), de David Frankel, o en Burlesque (2010), de Steve Antin, en Spotlight aparece bajo una óptica de abogado desgreñado. Bueno, sí, Michael Keaton también forma parte del reparto de Spotlight, pero es que hasta Birdman (2014), de Iñárritu, tan sólo le habíamos visto detrás de la máscara de Batman. Mark Ruffalo, protagonista asimismo en Spotlight, tampoco forma parte del elenco habitual de celebrities.


            Contra todo pronóstico, Spotlight no se ceba en escenas escabrosas. Digo más: es que no hay ni una sólo plano con imágenes de violaciones, que hubieran sido perfectamente lícitas, por otro lado, pero fiel a esa textura documental de que hablaba más arriba, este filme se construye sobre las diferentes entrevistas que los periodistas realizaron a las diferentes víctimas, así como a los abogados de los sacerdotes, así como los debates que tuvieron lugar en la redacción de The Boston Globe. Todo ello intensifica, a mi modo de ver, el efecto de realidad que se persigue: no hace falta ver lo que todos sabemos, tan sólo es necesario exponerlo. De la misma manera que en Hijo de Saúl (2015), de László Nemes, galardonada con el Oscar a la Mejor película en habla no inglesa, no hace falta enfocar a los soldados alemanes, ni siquiera poner subtítulos a sus palabras: todos sabemos el trasfondo sobre el que se mueven las imágenes.

            Contra todo pronóstico, los héroes de este largometraje, es decir, los periodistas, no son héroes irreales, inmaculados, omnipotentes, sino que son héroes con encarnadura humana, que dudan, que tienen debilidades en ocasiones, e incluso un pasado poco glorioso. Un filme correcto, sobrio, una peli sin postureo.



            Contra todo pronóstico, la sociedad bostoniana sabía y callaba, incluso se buscaban compensaciones económicas para las víctimas, que procuraban pingües beneficios a los abogados de los sacerdotes: un tercio de las compensaciones iba a parar a los bolsillos de los letrados. No es el mismo caso, desde luego, pero el de los aborígenes en Australia funciona de la misma manera: se les compensa económicamente por lo que se les ha quitado y se les deja tirados en la calle, abandonados a su suerte, una destino de alcohol y violencia, bastante evidente en Alice Springs: la sociedad australiana sabe y calla. En cuanto a Spotlight, incluso el tema de los abusos a niños fue enterrado durante más de veinte años por el propio The Boston Globe hasta que apareció un nuevo editor que, contra todo pronóstico, era de Miami y además judío: era necesario el contraste con una mirada nueva y una religión diferente para que se pusiera en marcha la investigación periodística.


           


            Contra todo pronóstico, en Spotlight no necesitamos saber el final. Si es que ya lo sabemos desde el principio. Todo lo que se cuenta en esta película apareció en la prensa a partir del 6 de enero de 2002, como ya hemos señalado, que además fue domingo, y para quienes no estamos muy acostumbrados a leer la prensa de Boston, el propio cartel de la película ya anuncia de qué va y remite a unos hechos concretos. No cabe hablar de spoiler cuando desde el primer momento se sabe el final. Por eso, Spotlight se disfruta por lo que se ve en cada fotograma, sin que nos agobie la angustia de saber quién es el asesino. Se trata de una película en que cada escena se disfruta por sí misma.



            Contra todo pronóstico, la Iglesia Católica que se supone que nació por el mandamiento nuevo del amor, ha degenerado hasta cobijar la mayor atrocidad que puede cometer el ser humano: destruir la infancia. En Spotlight se cuenta que muchos de los niños que tuvieron que pasar por esas prácticas repugnantes se suicidaron y los que no lo hicieron, no lo superaron jamás. Pero la Iglesia Católica consiguió ocultar una verdad sangrante con total frialdad. Una actitud propia de mentes muy crueles. Se calcula que un 6% de los sacerdotes de Boston cometieron dichos abusos y lo que Spotlight denuncia no son los casos de manzanas prohibidas, sino todo un sistema que ha destruido la vida de muchos miles de niños con total impunidad. La Iglesia Católica nació bajo las intrigas quirinales de la Roma imperial y ahí sigue. Una Iglesia que cosifica la vida, que ignora el dolor humano.

            Contra todo pronóstico escribo esta reseña con las vísceras y no con el cerebro, según suele ser lo habitual.

Francisco Javier Rodríguez Barranco