martes, 6 de diciembre de 2016

INSISTENCIAS DUALES EN "PATERSON"




Tráiler oficial  
         

¿Recordamos la paradoja de los gemelos? Stephen Hawkins nos refresca la memoria: “Consideremos un par de gemelos. Supongamos que uno de ellos se va a vivir a la cima de una montaña, mientras que el otro permanece al nivel del mar. El primer gemelo envejecería más rápidamente que el segundo. Así, si volvieran a encontrarse, uno sería más viejo que el otro. En este caso, la diferencia de edad sería muy pequeña, pero sería mucho mayor si uno de los gemelos se fuera de viaje en una nave espacial a una velocidad cercana a la de la luz. Cuando volviera, sería mucho más joven que el que se quedó en la Tierra” (véase en Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros, Barcelona, Crítica, 1989, pp. 55-56). Todo lo cual se relaciona con el inicio del filme Paterson (2016), de Jim Jarmusch, pues Laura (Golshifteh Farahani) le dice a Paterson (Adam Driver): “He soñado que teníamos gemelos”.


            Pero no sólo al inicio de la película, pues toda ella está regada con “cameos” de gemelos de todas las edades y de, hecho, se trata de un largometraje construido alrededor del número dos, como podemos repasar en numerosos momentos: 

La historia se relaciona directamente con la pareja mencionada en el párrafo anterior; Laura está obsesionada por una estética en blanco y negro, incluso para el cine; Paterson es el nombre del protagonista masculino, pero también de la ciudad de Nueva Jersey en que viven; Nueva Jersey evidencia en su nombre su doble naturaleza: inglesa y americana; las conversaciones en el autobús que conduce Paterson se desarrollan siempre entre dos personas, cuyas edades se aproximan: dos niños, dos jóvenes, dos adolescentes, dos ancianas; Paterson es chófer de autobús, pero también poeta, es decir, que participa de dos vidas; Paterson lleva una imagen de Dante en la fiambrera, pero su chica se llama Laura, novia idealizada de Petrarca, el otro gran poeta medieval italiano; el poeta de referencia de Paterson es William Carlo Williams, que vivió en Paterson y cuyo nombre se aproxima bastante a la simetría; el deporte que se evoca es uno de dos, es decir, el ajedrez; se evoca reiteradamente a la pareja de cómicos Abbot y Costello, siendo así que éste último nació en Paterson; etcétera.
           
     No podemos considerar, pues, que en este filme de Jarmusch se utilice el número dos por casualidad, sino que se trata de una voluntad deliberada de insistir en ese número, todo ello sobre un argumento que se puede resumir en dos líneas: Paterson, conductor de autobús, sueña con ser poeta y Laura, su pareja, sueña con aprender a tocar la guitarra y vender muchas galletas caseras. Hemos de buscar, por lo tanto, una explicación adecuada para esa estética dual, que siempre será arriesgada, pero intentaremos ser los más atinados posibles en nuestras afirmaciones.


            Y, desde mi punto de vista, podemos acercarnos a esa dinámica en pares desde dos perspectivas diferentes: una que se refiere a la propia estética cinematográfica y otra de marcado carácter filosófico.
           

        Empecemos por la primera y admitamos que una novela o una película son ficciones. La verdad debe estar, en los libros de Historia, Sociología, los documentales o los periódicos, pero el cine y la narrativa no nos cuentan la verdad, incluso cuando reproducen argumentos históricos se permiten importantes licencias, o se concentran en unos hechos y obvian otros. Por lo tanto, ¿qué sentido tiene esforzarse por construir buenas historias en la literatura o en el cine si todo es mentira? 

       
       A mi entender, la historia por sí misma es lo de menos: lo que verdaderamente importa es aquello a lo que aspira la historia y un buen ejemplo de estas reflexiones lo constituye el largometraje que estamos analizando en estas líneas, puesto que no consiste ella en una historia en busca de película, sino de una película que explora conceptos ¿Y qué conceptos son ésos? Ea, para eso necesitamos otro párrafo ¿Hacemos un punto y aparte? Hagamos un punto y aparte.


             Una vez efectuado lo cual, retomemos la dinámica de los gemelos, que son muy parecidos, incluso idénticos, pero sin embargo diferentes, y por eso la burocracia, que vela por todos los ciudadanos, dota a los gemelos de dos documentos nacionales de identidad y no sólo uno. Pero demos un pasito más allá y recordemos, por ejemplo, a Jorge Luis Borges, uno de cuyos temas recurrentes era la ontología de los espejos, lo cual puede perseguirse en numerosos pasajes de su obra y muy especialmente en el cuento "Pierre Menard, autor del Quijote”, que nos sitúa ante una desconcertante paradoja: la de dos textos literalmente idénticos y, sin embargo, esencialmente distintos:

El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (véase en J. L. Borges, "Pierre Menard, autor del Quijote" en Artificios, dentro de Ficciones, Madrid, Alianza, 1999, p. 52).

            Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria.
            No quería componer otro Quijote -lo cual es fácil- sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran -palabra por palabra y línea por línea- con las de Miguel de Cervantes. (Ibidem, pp. 46-47).

            Uno junto al otro serán siempre distintos y, sin embargo, lo mismo. Tan sólo alcanzarán el momento de identidad absoluta cuando se coloque un espejo entre ellos, momento en el que la obra de Cervantes reflejará la de Menard, y viceversa. Simetría de palabras, capicúas lingüísticos o gigantescos palíndromas. 


            En muy pocas palabras, la mano derecha es la mano izquierda ante un espejo y, sin embargo, ambas son una misma mano: identidad de contrarios, oposición de idénticos: ése es el mensaje fundamental, a mi entender, del filme de Jarmsuch que estamos considerando: todo un entramado especular.

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