sábado, 31 de enero de 2015

PEQUEÑOS GRANDES HÉROES EN "CAMINO A LA ESCUELA"



Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba ¿Recordamos el poema, verdad? Se trata de un fragmento de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Vamos a citarlo con mayor extensión:

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.

            Bueno, pues parece que es precisamente el mensaje que quiere transmitirnos Camino a la escuela, de Pascal Plisson, Oscar al Mejor documental en la edición de 2014, que además se inicia con estas palabras, que transcribo de memoria: A veces nos olvidamos de la suerte que tenemos de poder ir a la escuela.
  

          La película se construye sobre cuatro historias de niños que tardan varias horas en llegar a la escuela, pero no por los atascos en la autovía, sino por las enormes distancias que les separan de ella, o por las discapacidades físicas. Se trata, pues, de las vivencias de Jackson y su hermana en el corazón de la sabana keniata, de Zahira y sus amigas en el Alto Atlas de Marruecos, de Carlitos y su hermana en la Patagonia argentina, y de Samuel y sus hermanos en el golfo de Bengala.

             Las experiencias de África (Kenia y Marruecos) y el Cono Sur se nutren sobre la soledad de unas vidas que transcurren en sus respectivos espacios físicos. El caso de la India es diferente: sería muy difícil sentirse sólo en este inmenso país superpoblado, pero el problema de Samuel es su incapacidad para andar, por lo que sus hermanos han de tirar de un tosco carro de fabricación casera a través de unas zonas donde las infraestructuras, por decirlo de la manera más optimista posible, son manifiestamente mejorables. Pero sus hermanos consiguen llevarle a la escuela y mantener en él la vocación para el aprendizaje.

            De la Patagonia conozco la inmensa soledad de unas regiones desérticas, por lo que Carlitos y su hermana han de trasladarse a la escuela a lomos de caballo, sin más ayuda que su propia pericia, según hacen otros niños. El Atlas es para mí apenas una referencia paisajística contemplada de desde ciudades con mejores opciones de vida, como es Marrakech. Admito mi carencia en este aspecto. Aunque lo verdaderamente importante es el esfuerzo que han de realizar Zahira y sus amigas para recorrer más de veinte kilómetros a través de riscos inhóspitos para llegar a la escuela.

            Conozco sí un poco más la realidad africana, y es que las cosas funcionan tal y como se ven en la película: si un niño tiene que recorrer veinte kilómetros ida, y otros veinte vuelta, para llenar una garrafa de agua, las famosas garrafas amarillas que tanto se ven por allí, recorre esos veinte kilómetros, cuarenta en total, para llevar agua a su casa; si una persona tiene que recorrer una distancia similar para vender abalorios en un mercado, los recorre, etc. Recuerdo, además, el inmenso valor que posee en el sur de Etiopía, por ejemplo, un simple bolígrafo, que en las micro-tiendas que se ven por allí,  cuesta cinco céntimos de euro al cambio, pero es que muchas familias en esa zona del mundo no disponen de cinco céntimos para comprar un bolígrafo. Jackson y su hermana, además, en Camino a la escuela han de protegerse de los elefantes por sus propios medios, así se lo avisa el padre, cuyos consejos no son los estándares que se escuchan en el mundo occidental, sino cómo eludir a los paquidermos. Así lo reconoce el profesor de la escuelita en la sabana, quien da gracias a dios de que todos los niños hayan podido llegar ese día a la escuela.



            En cuanto a la estructura narrativa de la película, cabe destacar que se van intercalando las cuatro historias de tal manera que se ofrece una imagen diacrónica de las respectivas experiencias. Un efecto de simultaneidad. Y me ha llamado también la atención la textura fílmica del documental, es decir, que no hay voces en off, ni entrevistas ad hoc a personas que pueden ilustrar lo que se pretende documentar, sino que se deja que los personajes desplieguen sus respectivas vivencias, que el espectador vea cómo son las circunstancias que rodean a cada uno de los niños y que el espectador saque sus propias consecuencias. Y lo cierto es que se consigue la impresión de un filme con argumento, cuando tan sólo se trata de abrir la cámara y grabar historias reales. Obviamente, nada es improvisado e imagino que cada una de las escenas está minuciosamente tratada y concebida para conseguir el efecto deseado.

            Hombre, el toque Disney, cuya rama francesa es la que acomete la producción, se nota en el sentido de que a pesar de los pesares hay un cierto optimismo, que desde luego Emilio Zola no habría firmado, por mencionar a un autor francés. Las escenas se eligen de modo que no hieran ninguna sensibilidad. Todos los buenos son muy buenos, que son casi todos los intervinientes. Ni tampoco hay un análisis profundo de las situaciones. Incluso yo diría que hay un cierto sentimiento de felicidad en la penuria.



            Pero, bueno, en todo caso, se trata de una producción muy ilustrativa a la hora de comprender que no todos los mundos son como el nuestro, que realmente los países desarrollados representamos una minoría privilegiada y que el mero hecho de llegar a una escuela rural, con unas aulas que carecen de todo, constituye una hazaña cotidiana.

Francisco Javier Rodríguez Barranco

 

lunes, 26 de enero de 2015

LOS PÁJAROS EN LA CABEZA DE "BIRDMAN"

http://www.filmaffinity.com/es/film670216.html 

Ya lo dijo Shakespeare en La tempestad: “We are such stuff as dreams are made on, and our little life is rounded with a sleep”. Estamos hechos de la misma materia que los sueños, hermanos. Eso es así. Y nuestro Calderón, nada menos que Calderón de la Barca, que siendo religioso se soñaba impío, mientras que siendo impío se soñaba religioso, lo rubricó magníficamente en El gran teatro del mundo y La vida es sueño. Por eso quizá Alejandro González Iñárritu ha elegido para su última película, Birdman un contexto escénico, ambientado, eso sí, no en un corral de comedias clásico, sino en Broadway.

Pero desde Amores perros (2000) hasta nuestros días Iñárritu ha evolucionado, puesto que los perfiles afilados que se apreciaban en esa película, así como en 21 gramos (2003), por supuesto, como de columna dórica, han desembocado en un discurso retorcido, sinuoso, como si del baldaquino de la catedral de San Pedro en Roma se tratara. Eso es al menos lo que a mí me parece. Es probable que Babel (2006) se salve, pero desde luego en Biutiful (2010), así como en Birdman (2014), que ahora nos ocupa, la narración se construye sin la nitidez que caracterizó sus dos primeras y excelentes películas.
Las relaciones mutuas entre cine y teatro son casi tan antiguas como el propio nacimiento del cine, pero a mí me interesan no las adaptaciones a la pantalla de obras escritas inicialmente para la farándula, ni tampoco aquellas películas en las que el teatro brinda el ambiente y poco más. Lo que verdaderamente me importa son las producciones en las que el cine ha recogido las interrelaciones entre la pieza que se representa y la vida de los que intervienen en ella. Así, podemos citar Candilejas (1952), de Charles Chaplin, To be or not to be (1942), de Ernst Lubitsch, Noises off! (1992), de Peter Bogdanovich, basada en la obra homónima de Michael Frayn, si bien mantiene el criterio que he establecido anteriormente de vinculaciones entre las tablas y la vida, en las que también podría mencionarse ¡Ay, Carmela! (1990), de Carlos Saura.

Sin embargo hay algo que independiza el filme de Iñárritu, puesto que en las obras anteriores, de manera más dramática, como en Candilejas, o con un sentido inapelable de la hilaridad, como en Noises off, lo que la película muestra de lo que se representa se refiere a lo que acontece más allá del propio teatro, es decir, que Candilejas recrea una historia de amor entre bastidores, To be or not to be, la Alemania nazi, Noises off!, los diferentes enredos amorosos de los actores, y ¡Ay, Carmela!, nuestra guerra civil, mientras que Birdman trate de algo mucho más psicológico: el sentido de la vida del actor con respecto a su personaje, de ahí que casi toda la historia se construya en los camerinos.

Repasemos algunos diálogos, traducidos al español:

El protagonista, Riggan, interpretado por Michael Keaton, pregunta a su exesposa:
—¿Por qué nos separamos?
—Porque me tiraste un cuchillo a la cabeza.

Dos actrices conversan:
—¿Por qué tengo tan poco amor propio?
—Porque eres una actriz, cielo.

Mike, el otro actor, que ya es maduro, ha tenido una erección en el escenario, con gran regocijo del público, en una escena de cama, e incluso quiere hacer el amor de verdad con la actriz que le acompaña en ese momento. Poco después se encuentra en la terraza con Sam, hija de Riggan recién estrenada a la veintena según se nos muestra en la peli, y pregunta la joven al actor:
—¿Te acostarías conmigo?
—No.
—¿Por qué?
—Porque tengo miedo de que no se me levante.
—En el escenario no has tenido ningún problema.
—En el escenario nunca tengo problemas.

Y por fin, entre un sinfín de ejemplos que podríamos proponer, Riggan se lamenta de que al final de su carrera, al final de su vida, por lo tanto, sólo será una pregunta de trivial.

Riggan ha conocido el éxito en las interminables secuelas del legendario héroe con superpoderes Birdman y ahora quiere sentirse realizado como persona y como actor. Para ello produce y protagoniza una obra de Raymond Carver llena de preguntas: What We Talk About When We Talk About Love? (¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?). Riggan quiere superar mediante el éxito en Broadway sus fracasos vitales, pero el pájaro que le ha dado el éxito en Hollywood no deja de hablarle en la cabeza recordándole lo menguado de sus méritos, lo que equivale a dejar sin sentido su existencia. Me parece un delicioso detalle de perversidad cinematográfica que Iñárritu haya elegido para ese personaje al actor Michael Keaton, que se hizo famoso como superhéroe en Batman (1989).

Por otro lado, muy meritorio me parece el rodaje mediante una sucesión de planos inmediatos en los pasillos del teatro, en los camerinos  o entre bastidores. En esos momentos la fotografía es impecable y sostiene perfectamente la historia, así como la banda sonora, que en un número significativo de ocasiones se construye sobre solos de batería para acentuar el tormento psicológico de los personajes. Sin embargo, la intensidad fílmica, o al menos la credibilidad decae bastante en las escenas de exterior, si exceptuamos la escena en la azotea del teatro arriba citada y una breve, pero muy cómica, aparición de Riggan en Times Square. Afortunadamente las escenas de interior son muchísimo más abundantes.


A Riggan le hablan el pájaro que ha sido siempre para evidenciarle la diferencia entre los buenos y los malos actores, pero a Iñárritu parece que le habla Woody Allen, puesto que los principales momentos de Birdman parecen sacados de las películas del neoyorquino. Así, ya que acabamos de mencionarlo, la diferencia entre celebridad y calidad se recrea en Celebrity (1998), el éxito irracional en Granujas de medio pelo (2000) y más recientemente en A Roma con amor (2012), las opiniones pedantes de los espectadores está en StardustMemories (1980), y con mucha mayor maestría, si se me permite la observación, mientras que la diferencia entre Hollywood y Broadway se hala en Hollywood Ending (2002). El detalle de la bata que se queda pillada en una puerta y el personaje acaba casi desnudo pertenece a Melinda y Melinda (2004) y en Balas sobre Broadway (1994) el mundo del teatro también es esencial, por citar sólo algunas similitudes con la filmografía del director de Manhattan.

Por otro lado, si hablamos de una textura escénica, vamos a recordar los tres momentos esenciales de las piezas teatrales: planteamiento, nudo y desenlace, siendo así que Birdman se plantea de manera impecable, se desarrolla aceptablemente, pero el final es otra cosa, sobre la que el espectador formará su propia opinión.

Así pues, como conclusión, las tres Bs de Iñárritu, Babel, Biutiful  y Birdman son como frondosos bosques con escasez de árboles. Quizá Babel se salve. Y en cuanto a la película que ahora nos ocupa, no se trata este hombre pájaro de un ave fénix, sino que toda la vida es sueño y los sueños son. Por ello, cuando despertamos, la realidad se impone, o lo que creemos realidad. Es a Ícaro con sus alas quemadas a quien más se aproxima la película del director mejicano, puesto que a veces, más que pájaros en la cabeza, parece que asistimos a una auténtica masturbación mental.




Francisco Javier Rodríguez Barranco
 


sábado, 24 de enero de 2015

LA POESÍA DEL HIELO EN "NO LLORES, VUELA"

http://www.filmaffinity.com/es/film152574.html#myreview


            Si hablamos de la poesía del mar, probablemente estaremos recreando uno de los tópicos más tópicos de cuantos tópicos han sido. Dos películas muy próximas en el tiempo, El cielo protector (1989), de Bernardo Bertolucci, y Bailando con lobos (1990), de Kevin Costner (sí, sí, Kevin Costner, así como suena) (Kevin Costner ha sido capaz de hacer una película buena) nos permitieron apreciar la poesía del desierto y la poesía de la pradera, respectivamente. 

            Y ahora llega la última película de la directora peruana Claudia Llosa, No llores, vuela (2014), que se relame en la poesía del hielo. “Esto es como conducir sobre las nubes”, afirma Mélanie Laurent en su papel de Jannia, la joven periodista que busca a Nana (Jennifer Connelly). Es la poesía de los espacios infinitos. La poesía de la soledad. Ese malsano regustillo de sentirse una nadería en lugares ilimitados.
   

         Hace poco recibí un link de los 34 lugares más bellos del planeta para visitar en invierno, en plena orgía de hielo y nieve. Todos ellos pertenecen al hemisferio norte, sin duda porque dicha lista ha sido confeccionada por viajeros de la mitad septentrional del planeta (en el hemisferio sur también hay invierno, sólo que en momentos diferentes). 6 de ellos pertenecen a Canadá y uno a España: Segovia, nuestra Segovia, Segovia de Perico Delgado o Segovia de Juan Bravo, pero no en una imagen del acueducto, sino del Alcázar. Cachis.


             He aquí el link:


            Tuve la ocasión de saludar a Claudia Llosa nada más recibir la Biznaga de plata a la mejor película de la Sección Territorio Latinoamericano en el Festival de Málaga de Cine Español de 2006 por su película Madeinusa, máximo galardón de la categoría. Estaba en un bar y llegó ella con la biznaga, acompañada de la protagonista Magaly Solier, con aire tímido y medio desorientada. Quizá por eso me permitió tocar la Biznaga y la pena es que por entonces mi teléfono móvil no tenía la opción de hacer fotografías. Cachis.



        Después de Madeinusa, Llosa rodó La teta asustada (2009), con la misma protagonista, pero una película para la que reconozco que necesito una segunda visión. No llores, vuela constituye su tercer y último largometraje  hasta el momento.

            Se trata de una co-producción hispano-canadiense, cuya acción transcurre en Canadá, pero no en la sofistificación y multiculturalidad de ciudades como Toronto o Montreal, sino en la inmensidad de las llanuras heladas. 

Tenemos el recuerdo de Canadá en fráncés en el papel de Jannie, y la versión anglófona en todos los demás personajes, pero lo que de verdad importa a Llosa es la construcción del infinito blanco: todo en la historia transcurre en ámbitos gélidos, pero por si eso fuera poco, la búsqueda de Jannie e Ivan (interpretado por Cillian Murphy) se dirige hacia el Círculo Polar Ártico: el agua es el origen de la vida y el hielo la conserva parece que son los mensajes implícitos de esta película. Pero un lago helado puede ser también una trampa mortal cuando se resquebraja. Tensión, pues, de la vida y de la muerte en un mismo espacio, magistralmente descrito por Nicolas Bolduc, que no en vano obtuvo el premio a la Mejor fotografía en el Festival de Málaga de Cine Español del año 2014.


            Después de Madeinusa, Llosa rodó La teta asustada (2009), con la misma protagonista, pero una película para la que reconozco que necesito una segunda visión. No llores, vuela constituye su tercer y último largometraje  hasta el momento.

         De alguna manera, la filmografía de Claudia Llosa se despliega sobre situaciones terminales: Madeinusa acontece en un pueblo perdido de la cordillera de Perú, donde hay “barra libre” para hacer lo que se quiera durante los días en que dios esté muerto, es decir, del Viernes Santo al Domingo de Resurrección.

La teta asustada se refiere a una enfermedad que se transmite por la leche materna de mujeres maltratadas durante la época del terrorismo en el Perú; y No llores, vuela consiste en la delgada frontera entre la vida y la muerte, tan frágil como el hielo.


        La historia consiste en el arte y la naturaleza como contexto para devolver la salud a personas médicamente desahuciadas. Es el asirse a la última posibilidad, cuando ésta ya casi no existe, y da igual que esas sanaciones superen con mucho las concesiones más benévolas de un pueblo esencialmente racional como es el anglosajón.




           Por otro lado, se nos muestra también la amargura de Ivan, hijo de Nana, que sublima la ausencia de la madre criando halcones, cuyo vuelo en el cielo tiene lugar en un infinito de colores idénticos a los del hielo.

           Es muy difícil comprender qué compensación obtuvieron los colonizadores europeos estableciéndose en regiones climáticamente tan desfavorables como los grandes hielos de Norteamérica. La abundancia de recursos naturales quizá sirvió como aliciente de las sociedades que ahí se establecieron. De la misma manera que la naturaleza es la medicina de la que se espera que cure enfermedades incurables. Es la última esperanza en unas coordenadas geográficas que inevitablemente evocan el último lugar del planeta Tierra. Es la necesidad del inicio justo cuando llegamos al final.


            Lo que no se puede negar a Claudia Llosa es la la predilección e impecable construcción de los personajes femeninos. Así lo ha demostrado en los tres largometrajes que ha dirigido hasta ahora: dos de ellos en los confines de su Perú natal, el último en el extremo boreal del globo.

               El hielo conserva la vida. El hielo conserva la esperanza, ¿por qué no?



Francisco Javier Rodríguez Barranco