miércoles, 11 de marzo de 2015

EL SURREALISMO SOCIAL EN "CRÓNICAS DE UN PATIO DE JUEGOS"

http://www.filmaffinity.com/es/film753848.html 

            El título ha sido traducido literalmente del original francés, Chroniques d’une cour de rcreé, una película de 2013, de Brahim Fritah, por lo podemos iniciar nuestro análisis por ahí. Y es que cuando leemos la primera parte, “crónicas” nos sentimos autorizados a pensar que la película consiste en un retrato social, pero la segunda parte “patio de juegos” nos descoloca en ese sentido. Nuestra desorientación no es tanta cuando comprobamos que el filme consiste precisamente en eso: la realidad surrealista.

          
            Ya desde la primera escena, comprendemos que hay algo que escapa de la lógica habitual de las situaciones y es que dos niños espían agazapados tras las cortinas de su casa la salida de un grupo de personas bien trajeadas y en buenos coches. “¿Se han ido ya?” es  la primera frase; “Aún no”, la segunda. Pero esos niños, con un cierto aspecto marginal, no entran a robar en la casa cuando ésta se halla libre, sino que la limpian, en el sentido literal de la palabra, concienzudamente y recogen la basura.

            Surrealismo social, pues, que se plasma en sentido estricto en algunos momentos, sobre todo en los sueños reproducidos en pantalla del protagonista, el niño Brahim, pero que realmente no es del todo ortodoxo con la escuela de André Breton, sino que en propiedad consiste una cierta falta de sintonía con la sucesión habitual de hechos en la vida, digamos, real.

            Un ligero desfase con la coherencia y no el gran esplendor del onirismo es lo que apreciamos en Crónicas de un patio de juegos, lo que se plasma en una película con todos los elementos necesarios para denunciar la injusticia social: inmigración, orfandad, huelgas o refugiados políticos (ése es el caso de Salvador y su madre, refugiados políticos chilenos, siendo así que el padre ha sido ejecutado por el régimen de Pinochet) se dan en ella, pero se desarrolla todo en un ambiente ilógico y así al ya mencionado detalle de la limpieza de la casa, podemos añadir lo siguiente: la chaqueta de Brahim y las botas de Salvador son muy llamativas; se le quita a la televisión el tubo de rayos catódicos, por lo que tan sólo queda la carcasa exterior en la casa de Brahim, mientras que en la de Salvador, la tele es una pecera; los castigos por llegar tarde a la escuela consisten en bajar sillas o pintar las paredes del colegio; los deseos se guardan escritos en botellas de cristal que se cuelgan de una grúa inútil con ornamentos de diseño exterior; la picaresca se muestra mediante un momento mudo en blanco y negro, con textura cómica que recuerda los inicios del cine; la fábrica por la que luchan los obreros parece un taller abandonado de los arrabales de cualquier ciudad; etc.

           
            En cuanto a la técnica cinematográfica en sí, podemos destacar dos detalles: la banda sonora no es una banda sonora como tal, es decir, una piel que se adapta al tejido de las escenas, sino que se escuchan sin que parezcan obedecer a una disposición concreta fragmentos de jazz, rock progresivo, música clásica, flamenco o música étnica; y en cuanto a la efectos visuales, sabido es, y lo he mencionado en multitud de ocasiones, que el cine en contar cosas con imágenes, pero Fritah da un paso más y resuelve las situaciones, por ejemplo, el encierro de los obrero en la fábrica, con una sucesión de fotografías, como si tratara de una proyección de diapositivas.

           
Muy curioso me ha parecido que el director divida su nombre en dos personajes: Brahim, el niño ya mencionado, y Fritah, que es su padre. Conozco muy pocos detalles de la biografía del realizador, pero muy bien puede tratarse de recuerdos autobiográficos, puesto que los hechos se desarrollan en 1980, el director nació en 1973, siendo así que el protagonista en la pantalla muy bien puede tener 7 años, y es obvio que el apellido de su progenitor es Fritah. Todo lo cual, es decir, la vida real, se inserta en una película levemente desenfocada con respecto a la realidad.


            Una historia de separaciones y desarraigos (el personaje Salvador no está en su mundo, Brahim Fritah, el director de carne y hueso, tiene la doble nacionalidad marroquí-francesa) narrada mediante un experimento fílmico muy curioso, pero que necesita aún algún hervor en producciones futuras.

            Esperaremos, pues, los proyectos nuevos de este singular cineasta.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


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