viernes, 27 de marzo de 2015

CARA Y CRUZ EN "DIFRET"


            Cuando pienso en Etiopía, me la imagino como la piedra angular del gran puzzle de África: un país con su propia lengua, el Amárico; el primero de África que se convirtió al cristianismo, si bien en su vertiente ortodoxa, de hecho Haile Sellassie, considerado como un dios por los rastafaris, y al que Bob Marley dedicó una canción con profundo sentimiento religioso, significa ‘Santísima Trinidad’; una nación con su propia historia y uno de los pocos estados que ya eran independientes en el continente del sur de Europa cuando Naciones Unidas decretó la descolonización: tan sólo conoció unos pocos años de sometimiento al yugo europeo durante el fervor fascista; una población cuya etnia merece un capítulo aparte en los libros de Antropología, hasta el punto de que los etíopes no se consideran negros, sino europeos con la piel oscura: poco más o menos es así como se les reconoce científicamente; quintaesencia del esplendor imperial en tiempos del rey Salomón y concreción del hambre en numerosas fotografías que todos hemos visto; una posición como vértice de las grandes tendencias africanas entre lo más semita del norte y lo más negro del sur; etc. En muy pocas palabras, un país singular, del que al Festival de Cine Africano de Córdoba que vengo siguiendo estos días ha llegado, dentro de la sección Afroscope, la película Difret (2013), de Zeresenay Berhane Mehari, que ha obtenido diferentes premios en la Berlinale, Sundance, Montreal y Amsterdam.

 
            Se trata de una película cuya productora ejecutiva es Angelina Jolie, según se encargan de recordarnos los créditos al principio y al final de la proyección, y ese toque estadounidense se nota en detalles como la simplificación de las situaciones, el maniqueísmo de telefilme de sobremesa, o las secuencias con perfiles redondeados. Pero dejando a un lado estos imponderables de la industria, prefiero analizar lo que en este largometraje hay de africanidad, pues a este continente pertenecen el director, los actores, la ambientación y los hechos, que además están basados en hechos reales.

            En tal sentido, he afirmado pocas líneas más arriba que Etiopía es un país singular, pues así lo pienso si la comparamos con el resto del continente a que pertenece, pero si la consideramos en sí misma, observamos una profunda división ente el norte, donde se dan ciudades con monumentos cristianos excavados en roca, como Lalibela, y el sur, cada vez más virgen de occidente, y cada vez menos etíope en sus rasgo étnicos hasta el punto de confundirse con Kenia en la zona del río Omo.

            A esa dualidad esencial, Difret ofrece todo un juego de contrarios en los siguientes aspectos:
-          La realidad de los países desarrollados y la de los que están en vías de desarrollo.

-          El mundo rural y una gran ciudad como es Addis Abeba. Inolvidable el Mercato.

-          Tradición y afán de modernidad.

-          La justicia oficial y los consejos de ancianos, de los que se ofrece en el filme de Zeresenay Berhane Mehari un vigor tal que hasta el Ministro de Justicia se pliega a sus designios. Hemos de recordar, sin embargo, que los hechos narrados en esta película se remontan a 1996 y que cinco años después esos consejos de ancianos fueron ilegalizados.

-          La libertad de elección y el rapto con violación como medio de asegurar un matrimonio.

-          Los estudios y el analfabetismo.




Todo eso en un país que conserva los restos homínidos más antiguos que se conocen, bautizados con el nombre de Lucy, pues se trata de una osamenta femenina, pero que en el largometraje de Zeresenay Berhane Mehari ofrece una imagen muy negativa con respecto a las opciones de las mujeres.

El argumento, en efecto, consiste en una niña de catorce años, Hirut, a la que ha de defender Meaza, puesto que ha matado a su raptor y violador, siendo así que en el pueblo donde vive Hirut se considera totalmente lícito raptar y violar a la joven con quien se quieren casar los hombres, sobre todo si han sido rechazados, no por la propia joven, que no tiene nada que decir al respecto, sino por sus padres. De hecho, eso fue lo que le sucedió a la hermana mayor de Hirut, sólo que en este caso, la chica aceptó el matrimonio como un devenir natural de los acontecimientos.

Una película que denuncia lo degradante de la condición femenina en determinadas regiones y lo hace mediante una narración sencilla y lineal: el director se limita a seguir el curso de lo sucedido. Se trata por ello de un filme en el que se valoran las intenciones, si bien como producto cinematográfico en sí quizá lo más destacable es el haber ilustrado la vida en un país, del que nunca nos acordamos como paradigma de la felicidad.

En Etiopía, en efecto, he visto a niñas cargando fardos de leña, cuyo peso debe ser superior al de las portadoras; niños de unos diez años en apariencia dirigiendo rebaños de vacas con un palo por medio de la carretera; niñas de apenas ocho años cargando a su espalda o a un costado a un hermano menor; garrafas amarillas para transportar agua y que pueden requerir desplazamientos de un par de decenas de kilómetros para conseguirlo, y dirigirse a la fuente a pie; y condiciones de vida, en definitiva que recuerdan la Edad de Piedra, o como mucho, el inicio de la del Hierro.

Circunstancias todas ellas que deben ser conocidas por el hombre occidental, al menos para que quienes las padecen dejen de ser invisibles.


 Esperamos, por ello, que precisamente por haber sido producido por Angelina Jolie y haber sido galardonada en certámenes importante, la película Difret, testimonio de la brutal injusticia, goce de la mayor difusión posible.

Francisco Javier Rodríguez Barranco
 


SIN ALFOMBRA ROJA EN EL FESTIVAL DE CINE AFRICANO DE CÓRDOBA


Córdoba, 27 de marzo de 2015


            Con el mayor esmero, con todo el cariño, con toda la vocación por una actividad que enamora, se celebra en estos días el 12º Festival de Cine Africano de Córdoba (FCAT), que hasta el año 2011, inclusive, lo fue de Tarifa. Considerado como la segunda cita más importante para el cine africano, detrás del Festival Panafricain du Cinéma et de la Télévision de Ouagadougou, Burkina Faso, (FESPACO), considerado como los Oscars africanos, El FCAT casi pasa desapercibido en Córdoba y la asistencia a las salas apenas llega al 50% de su capacidad , quizá porque se trata de un certamen sin alfombra roja, muy alejado de las hipérboles bermellonas que caracterizan a otros eventos concebidos para mayor gloria de aprendices de actor que triunfan en las teleseries de moda. Lo de Córdoba se desarrolla casi como un acto de fe entre iniciados, pero si quieres ver cine que se acine, hay que veni aquí, y si quieres ver cine que sea solidario hay que asistir a este Festival de Cine Africano.

            La edición de 2015 se compone de las siguientes secciones :

-          Hipermetropía.

-          En breve.

-          Afroscope.

-          Relatos del pasado.

-          Homenaje a Emil Abossolo-Mbo.

-          Diáspora africana en América Latina.

-        Una sesión especial para el documental Congo, un médicin pour sauver les femmes (2014), de Angèle Diabang, dedicado al doctor, activista, ginecólogo y cirujano Denis Mukwege que fundó hace unos quince años el Hospital Moderno de Panzi, en el Kivu del Sur, Congo, dedicado al cuidado de las mujeres víctimas de abusos sexuales (tomo la información de la sinopsis oficial de la película).

-          Actividades paralelas.

De ellas, las dos primeras forman parte de la Sección Oficial a concurso.


 Hay que añadir la iniciativa “Cinenómada”, que desde 2006 realiza una labor difusoria de las cinematografías africanas, mediante Muestras, ciclos o proyecciones organizadas por entidades públicas o privadas en España y América Latina. Además “Cinenómada” garantiza un flujo anual de ingresos a los cineastas africanos y propone una herramienta cinematográfica que aporta puntos de vista propios sobre las sociedades del continente. Tomado todo ello de la información oficial facilitada por la organización del FCAT.

Pues, en la tarde de ayer, éstas fueron las películas a las que asistí: el documental Angola: saudades de quem te ama (2006), de Richard Pakleppa, y los largometrajes de ficción Abaabi ba bodaboda (2015), coproducción de Uganda, Sudáfrica, Kenia y Alemania, con la dirección colectiva de un grupo de realizadores que se autodenomina Yes! That’s Us, y Por aqui tudo bem (2011), de la directora angoleña Pocas Pascoal, con la tuvimos la oportunidad de mantener un coloquio al final de la proyección: si alguna vez ha tenido sentido aplaudir en una sala de cine, eso ha sido en ocasiones como ésta.

      
 Realicemos un breve análisis de esas tres películas, que mantienen un denominador común: el alto componente social, y es que el cine en África es así: la realidad es tan brutal, que la mera supervivencia de las personas constituye el mayor de los milagros. Es por eso que los cineastas de este continente se esfuerzan una y otra vez por mostrar las llagas de un continente abandonado a su suerte después de haber sido convertido en un estercolero. El cine africano es, por lo tanto, un cine para mostrar la gangrena social de muchos millones de personas, quizá no tanto en el norte de África, que se permite explorar en otras posibilidades, pero asumido casi con unanimidad en la así llamada África Subsahariana.

Pueden, eso sí, descubrirse diferencias en el modo de afrontar esa denuncia y en este sentido, de las tres películas que vi ayer, Angola: saudades de quem te ama es un documental rodado con medios técnicos muy básicos, que narra la situación del país pocos años después de finalizar una guerra civil que duró casi tres décadas, lo cual es retorcer la atrocidad hasta límites de vértigo, puesto que si ya de por sí una guerra civil es lo peor que le puede suceder a un país, 28 años de pelear compatriotas contra compatriotas es un horror mucho más allá del genocidio. Digamos, sencillamente, que es el conflicto armado más largo de África, un país que, lamentablemente, no se caracteriza por sus vivencias pacíficas, al menos desde el paso del hombre blanco.

Recordemos que, tras doce años de guerra contra la potencia colonizadora, Angola consiguió su independencia en 1975 y que ese mismo año se inició la guerra civil entre UNITA, una facción auspiciada por Portugal, que no se renunciaba a recuperar Angola, y el bloque occidental, en general, y el MPLA, que era la facción sostenida por el bloque comunista, al que se unió Fidel Castro, que probablemente pasaba por ahí. Y como decíamos más arriba, todo acabó tras casi treinta años, siendo así que el documental de Pakleppa se sitúa pocos años después del final de la guerra y muestra la realidad más descarnada de jóvenes con las piernas amputadas por las minas, campos que no se pueden cultivar por el mismo motivo y pobreza extrema, cuando se trata Angola de uno de los países con más recursos del mundo, dado que dispone de petróleo (una producción de un millón de barriles diarios en el momento del rodaje, es decir, 2006, probablemente cuatro veces más en estos momentos) y diamantes, entre otras muchas opciones.

Ha querido, con todo, el director ofrecer un rayito de esperanza, pues nos muestra una Luanda que poco a poco quiere salir del infierno, con algunos coqueteos a la frivolidad de la moda, como signo de la normalización de la situación, por ejemplo. También se comenta en este documental el protagonismo de China en la reconstrucción de Angola, algo que se extiende con regularidad por otros países africanos. Destacar por último el acompañamiento musical de Paulo Flores, entre otros.


 En cuando a Abbabi ba boda boda, que puede traducirse como Los ladrones de motocicletas, y que su vínculo con el filme de Vittorio de Sica, Ladrones de bicicletas (1948) es evidente, nos sitúa ante la marginación social de los jóvenes en Kampala, capital de Uganda, una ciudad donde el tráfico rodado es impracticable, por lo espeso, salvo que se haga en motocicleta, de ahí que este objeto se convierta en um importante objeto de deseo. De todos modos, utilizar el concepto de marginación juvenil para un país ya de por sí bastante marginal, donde la herencia inglesa se puede resumir en el amor al alcohol y las casas de apuestas deportivas, es un plus de degradación. 


Como he comentado, la relación con el largometraje de De Sica es obvio, pero con una diferencia esencial: en la película del italiano la inquietud consiste en conseguir una bici para lograr un trabajo, mientras que la africana, la cuestión radica en mantener la motocicleta de que ya se dispone. Sí que coinciden plenamente en que los protagonistas de ambas producciones no eran actores profesionales, hasta el punto que en la ambientada en Uganda, el protagonista está ahora mismo en la cárcel, porque su vida de hampón residual en el filme se corresponde a su vida real.

Por fin,  Por aqui tudo bem nos muestra el otro lado de la masacre angoleña: el de los adolescentes que emigraron a Lisboa para evitar el ingreso en las fuerzas armadas, pero que no fueron acogidos con especial ternura por los habitantes de la exmetrópoli: ya se ve que hubo ciertas cosas con las cuales no consiguieron acabar los capitanes de la Revolución de los Claveles. De manera que, la película de Pascoal desbroza el otro lado de la tragedia: el de la emigración por la supervivencia física y la inadaptación a un medio hostil, hasta el punto que los angoleños que quisieron ser aceptados en Europa tuvieron que pedir asilo político en Francia y no en Portugal. 

Ambientado en 1978 y autobiográfico hasta un cierto punto, pues Pascoal también emigró a Lisboa en su adolescencia con una hermana, este filme se centra en la relación entre las dos hermanas, su amor mutuo y los sufrimientos comunes en una Lisboa, que nada tiene que ver con los creativos vagabundeos de Pessoa. El conflicto de Angola queda como telón de fondo, como referencia en las conversaciones de las hermanas, pero lo que esta película muestra es una historia de supervivencia y amor fraternal.




Ni una sombra de odio en las escenas, las palabras y la mirada de Pocas Pascoal.

Y hasta ahí vi ayer. Ahora mismo, toda una tarde por delante para conocer África contada por los africanos en un Festival de Cine en cuya sencillez radica su grandeza.

Francisco Javier Rodríguez Barranco


 


miércoles, 25 de marzo de 2015

CINEMA INFERNO EN "PASOLINI"

http://www.filmaffinity.com/es/film145295.html 
            He de reconocer que la primera noticia que tuve de Pasolini fue, desgraciadamente, la de su muerte, cuyos ecos llegaron incluso a la España franquista, y creo recordar que no precisamente envueltos en un halo luctuoso de dolor y pena, sino más bien como diciendo: “¿Lo veis? Quien mal anda, mal acaba”. Eso sucedió en noviembre de 1975 y era yo por entonces lo que al día de hoy es un estudiante de 3º de ESO, pero la nebulosa que guardo de aquel hecho es la de que alguien muy famoso había sido asesinado. Un director del que no había visto ninguna película, como creo que tampoco había visto ninguna de sus grandes contemporáneos, Visconti y Fellini, por ejemplo.

                        

            A partir de entonces, el nombre de Pasolini se incorporó a las conversaciones de mi círculo de amigos, favorecido en gran medida por el misterio que rodeó y que sigue rodeando cuarenta años después tan brutal asesinato. En los primeros compases del socialismo, muy a primeros de los ochenta sí que llegaron a la pantalla del Cine-Club de Alcalá de Henares las películas del director, escritor y filósofo italiano. Recuerdo sobre todo Las mil y una noches (1974). Para entonces ya me había familiarizado un poco más con Visconti y con Fellini, por ejemplo.

             Lo que se está proyectando en estos días en los cines españoles es Pasolini (2014), de Abel Ferrara, con Willem Dafoe en el papel protagonista, un actor que parece transpirar celuloide y encontrarse cómodo con el cine europeo, pues ha trabajado con Lars von Trier en Manderley (2005) y Anticristo (2009). También se ha distinguido en el teatro.

             En cuanto a Abel Ferrara, su doble raíz familiar, italiana y americana, quizá haya influido en que la lengua básica de Pasolini sea el inglés, siendo así que las intervenciones en lengua italiana son sólo ocasionales, lo que me parece poco verosímil. Una cierta textura estadounidense me parece apreciar asimismo en la confección de esta película, que se plasma, por ejemplo, en la sucesión de escenas a una velocidad más rápida, sin llegar al ritmo frenético hollywoodiense, por supuesto, de las escenas, cuando en las películas europeas se sostienen los planos con mayor vocación. Triunfo del efectismo USA sobre la profundidad europea, etc.

            No estoy muy seguro de que Ferrara haya llegado a comprender a Pasolini, pero hemos de señalar, sin embargo, que un director cuya pasión fílmica se plasma en Teniente corrupto (1992), de manera particular, y en el conjunto de su filmografía, en general, ha perseguido en Pasolini una suerte de introspección con mayor presencia de las conversaciones o de escenas elocuentes de lo que en él es habitual de donde cabe intuir que su carrera apunta en otra dirección.

            Muy acertado me ha parecido, porque de esta manera se aúnan la vida y la obra del director objeto de la exégesis de Ferrara, la inclusión en el reparto de un ya sexagenario Ninetto Davoli, con quien contó Pasolini en varias de sus películas y muy concretamente en la Trilogía de la Vida: Las mil yuna noches, Los Cuentos de Canterbury (1972) y El Decamerón (1971). 


            De la misma manera que considero muy inspirado no hacer una biografía más o menos ficticia, más o menos documental, sobre la vida del realizador italiano. La película de Ferrara se inicia, de hecho, con la última entrevista concedida por Pasolini y no hace un flash-back, sino que continúa a partir de ahí y de la finalización del rodaje de la que sería su última película: Saló o los 120 días de Sodoma.



             Lo que ha interesado al director neoyorquino ha sido penetrar en el pensamiento de su colega asesinado y para ello utiliza un doble recurso: las propias palabras de Pasolini entrevistado y e imágenes de alguno de sus relatos adaptados parcialmente al cine en esta película. “Sabido es de todos que la narrativa ha muerto”, afirma Pasolini, “y lo que se cuenta aquí sólo sucede en mi mente”, continúa (cito de memoria): un par de frases que el escritor y director italiano pone en boca de uno de sus personajes y que Ferrara recrea al principio de su filme.

 
            De ese modo, lo que el espectador contempla en muchos minutos de este largometraje no son momentos de la vida de Pier Paolo, sino representaciones de sus ideas. Insisto en que gran parte de las escenas no son de la vida del director asesinado en Ostia, sino adaptaciones de sus relatos en la parte que a Ferrara ha parecido más interesante para comprender la filosofía de Pasolini, como, por ejemplo, que el Paraíso no existe. Palabras e imágenes de quien consideraba que “Escandalizar es un derecho. Dejarse escandalizar, un placer”.


            Otro puntal importante del pensamiento pasoliniano es el del vacío como plenitud. Es decir, él defendía la destrucción del actual stablishment, cuyos pilares fundamentales son la burguesía, la educación y las instituciones para que de esa “tabla rasa” quede el individuo en plena posesión de sí mismo. La educación nos aliena, las instituciones nos oprimen y la burguesía constituye la nueva monarquía, y por ello si en su mano estuviera lo destruiría para que “quede yo y quede mi vida” (una vez más cito de memoria).

              Es evidente que Pier Paolo Pasolini vivió en un momento en que la palabra “intelectual” todavía tenía un sentido y Ferrara ha realizado un meritorio esfuerzo de recreación fílmica de esa intelectualidad, a nivel individual y acerca del círculo social de Pasolini, pero cuando acaba la película el espectador que no está muy documentado sobre la muerte del director italiano siente que falta algo. Le sorprende que ahí acabe todo, no porque se pueda ir más allá del fallecimiento en una biografía, aunque se trata de una biografía que no es biografía: es más bien la sensación de que la complejidad y la intensidad del pensamiento pasoliniano ha quedado apenas esbozado.


             Nos quedamos, pues, con esa voluntad de acercamiento a una de las figuras esenciales de la cultura contemporánea: cine sobre cine sin la nostalgia de Cinema Paradiso (1998), de Giuseppe Tornatore, sino más bien como el Cinema Inferno de un creador tan singular como atormentado.

Francisco Javier Rodríguez Barranco

PD.- En esta reseña los fotogramas pertenecen a diferentes películas de Pasolini.